Pecados ocultos

El capítulo siete del libro de Josué, cuenta como el pecado de Acán provocó la estruendosa derrota militar de Israel en Hai. Este suceso provocó que el estado de ánimo del pueblo se fuera al piso, cuando poco tiempo antes habían sitiado y ocupado de manera exitosa la ciudad de Jericó, gracias al respaldo divino de Dios. Ante la crisis desatada por la derrota en Hai, en el pueblo de Israel había más preguntas que respuestas. Los israelitas no comprendían por qué Dios había permitido que una desgracia de este tipo ocurriera. Por eso Josué, líder de la joven nación tuvo que acudir al Señor para hallar la causa de lo ocurrido en Hai.

1- El valor de una derrota (Josué 7:1-11)

Josué nunca pudo asimilar la derrota que representó la fallida toma de Hai, una localidad de Canaán inferior en tamaño y población a Jericó, ciudad que había sido conquistada por Israel. Por eso Hai, no constituía un gran reto para el pueblo, al punto que solo una parte del ejército fue enviado para cumplir con la tarea de conquistar esta pequeña ciudad.

Pero una vez consumada la derrota en Hai, Josué se dirigió a Dios para hallar las razones de su fracaso. El Señor Dios le concedió la respuesta. Alguien había desobedecido la orden de no tomar ningún botín en la conquista de Jericó. Dios respondió al clamor de Josué dándole instrucciones para encontrar al responsable de romper instrucción dada antes de la conquista de Jericó. Josué obró conforme a lo dicho por Dios y pudo dar con la confesión de Acán, lo que dio lugar a la ejecución de este y su familia. Después Israel pudo conquistar Hai durante su segundo intento.

2- La fuente del pecado (Josué 7:12-21)

Para Josué la derrota no era una opción. Por eso antes de recurrir a los hombres, decidió tomar la guía de Dios para obtener la victoria. Sabía que solo de esa manera podría encontrar la causa del contratiempo que dejo colgando de un hilo la conquista de la tierra prometida. Pero con la guía de Dios Josué se dio cuenta que un pecado oculto fue la fuente de la derrota en el primer intento de conquistar Hai.

Moviéndonos a nuestro contexto actual, los cristianos tenemos que reconocer que tenemos pecados ocultos; que son aquellos que no hemos confesado a Dios, y además nos negamos a abandonar. El problema de este tipo de pecados consiste en que se convierten en una atadura, trayendo a la vida del cristiano las consecuencias descritas en entregas anteriores, pero además un pecado oculto es una bomba de tiempo, que tarde o temprano explota.

Cuando no confesamos los pecados ocultos y son puestos al descubierto bajo cualquier circunstancia, las consecuencias para nuestra vida cristiana son desastrosas. La verdad acerca de los pecados ocultos puede llegar a ser dolorosa. Además repercute negativamente en la vida espiritual. La buena noticia es que al saberse la verdad, Dios nos exhorta para que nuestra vida mejore, empezando con la confesión de los pecados como paso fundamental para el cambio.

Ataduras, segunda parte: Esclavos del pecado

Romanos 7:19 dice que por culpa del pecado, hacemos el mal que no queremos hacer. Y además nos impide hacer lo que Dios espera de nosotros. Los pecados son ataduras que impiden que las promesas de Dios se conviertan en una realidad en la vida de las personas. Recordemos que durante el éxodo, una generación completa de israelitas se perdió en el desierto por mantenerse atado a Egipto mientras caminaban con Dios. Desafortunadamente esto ocurre con muchos cristianos y lo que es peor, las ataduras tienen aún más consecuencias en nuestras vidas, las cuales detallaremos a continuación.

pesadillaUna atadura nos mantiene en la pobreza, en todas sus dimensiones. Las ataduras nos convierten en pobres emocionales, espirituales y por supuesto materiales. Todo esto ocurre cuando no mantenemos un estilo de vida que no agrade a Dios. Cuando nos resistimos a dejar el pecado, y aquellos malos hábitos que asimilamos del mundo, no hay posibilidades de ascender a un nuevo estatus o nivel superior al que Dios nos quiere llevar en nuestra vida. En pocas palabras no hay crecimiento. Las ataduras también juegan un papel en la mentalidad humana. Cuando asimilamos el pecado como algo normal, se crean paradigmas que se interponen a los mandamientos y a la voluntad de Dios. Nuestra mente y actividades actúan en función del pecado y finalmente cuando menos lo esperamos nos hemos convertido en esclavos del pecado.

Cuando aceptamos a Jesús, él nos perdona de nuestros pecados; pero seguimos rigiendo el destino de nuestra vida bajo la ley del pecado. Todo esto sucede por varias razones en nuestra vida, más exactamente cinco razones que La Biblia cita como causantes del régimen del pecado en la vida humana.

1- (Juan 8:34) Jesús nos enseña que todo aquel que practica el pecado regularmente se convierte en su esclavo. Cuando pecamos no solo se ve comprometido nuestro cuerpo. Nuestra vida espiritual también se enreda porque el pecado evita que alcancemos la santidad que Dios exige de sus hijos.

2- (Romanos 6:16) La desobediencia a Dios, también nos convierte en esclavos. Cuando cedemos a los deseos de la carne y a la influencia del mundo, rechazamos automáticamente la autoridad del Señor sobre nuestra vida. (Aceptando por defecto la autoridad de Satanás).

3-(Efesios 4:22) Los vicios, los malos hábitos que el cristiano adquiere durante su pasado mundano suelen perpetuarse mucho tiempo después de nuestra conversión al evangelio. Precisamente la decisión de aceptar a Jesucristo como salvador debe implicar la muerte de aquellas cosas que desagradan a Dios, incluyendo nuestros vicios y malos hábitos. De lo contrario nuestra vida cristiana colapsará.

4- (2da de Pedro 2:19)  La derrota ante el pecado, nos convierte en su esclavo. ¿Cuándo perdemos con el pecado? Simplemente somos derrotados cuando recurrimos a él frecuentemente para satisfacer nuestros deseos. El resultado es que nos hacemos más débiles. Por el contrario, si le damos un no rotundo al pecado nos haremos más fuertes para enfrentarlo.

5- (2da de Pedro 2:20) Este es el punto donde profundizamos más sobre los efectos nocivos de la influencia del mundo entendiendo por mundo a todos aquellos elementos del sistema que se oponen a lo establecido por  Dios. Cuando permitimos que el sistema nos envuelva totalmente, este nos puede manipular a su gusto. Las consecuencias pueden ser catastróficas para nuestra vida espiritual, llegando a terminar en un peor estado personal y espiritual del que Cristo nos rescató un día.

 

Ataduras

La semana pasada hablamos de aquella generación de israelitas que se quedaron a mitad de camino tratando de llegar a La Tierra Prometida. Recordemos que Israel tenía en su corazón a Egipto como atadura; demostrando que nunca creyeron realmente en la palabra del El Señor (Hechos 7:39).

cadenas1Para todos nosotros, Dios tiene grandes promesas. Pero al igual que en el caso de la generación israelita del éxodo, todos tenemos una o varias ataduras que impiden que los planes de Dios para nuestras vidas se desarrollen plenamente. Pero la pregunta que nos hacemos es ¿Por qué no podemos negociar con Dios nuestra salvación con todo y ataduras? La respuesta es sencilla. Las ataduras pueden dominar nuestro corazón y por eso llegan a determinar nuestras acciones. En pocas palabras, nos hacen pecar.

Si retomamos el caso de Israel nos damos cuenta que en el corazón de las personas existían cinco pecados que finalmente acabaron con una generación casi completa de la nación, a pesar de todas las señales y maravillas que Dios les había mostrado. En la primera carta a los Corintios, capitulo 10 nos describen uno por uno cuales fueron esos pecados. La codicia (versículo 6), La idolatría (versículo 7), La fornicación (versículo 8), la tentación al Señor (versículo 9), y la murmuración (versículo 10).

Estos pecados y otros pecados están vigentes aún en nuestro tiempo, igual o incluso en mayor medida que en los días de Moisés. Y lo más preocupante es que están en la iglesia, en medio de la congregación. Como consecuencia seguimos pecando descaradamente a pesar de caminar al lado de Dios. Nos pasa lo que dice en  Romanos 7:19 “De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.”

Para comenzar a lucha contra esas ataduras que nos mantienen oprimidos, es importante identificar el tipo de atadura a la que nos enfrentamos. En la Biblia podemos identificar tres tipos de atadura, las cuales mencionaremos a continuación:

1- Ataduras emocionales: son aquellos sentimientos y emociones negativas que pueden llevar a las personas a sentirse oprimidas. Precisamente en Lucas 4:18 Jesús nos enseña que Él tiene el poder para liberar a todas las personas que se sientan oprimidas por este tipo de ataduras.

2- Ataduras espirituales: Lucas 13:16 señala a Satanás como responsable de ataduras. En este caso específico, una terrible enfermedad que aquejó durante años a una mujer.

3- Ataduras físicas: La Biblia nos enseña que las ataduras también pueden ser físicas. A veces algunas personas desarrollan ciertas dolencias o enfermedades cuya única salida va más allá de la ciencia médica. La única alternativa, recurrir a El Señor.

Ante el que parece un panorama muy desalentador, llega el momento de tomar decisiones. La primera de esas decisiones es pedir liberación ante Dios. Las personas y en especial los cristianos necesitamos ser libres de nuestras ataduras de forma definitiva. Pero debemos tener en cuenta que el ser libre es una decisión voluntaria. Dios no obliga a una persona a ser libre, si esa persona no lo desea.

Ahora ¿Cómo podemos ser libres de nuestras ataduras? La única manera es entregándole nuestro corazón a Jesús.

No más vueltas, rompamos es ciclo

En Deuteronomio 2:1-3 se describe el tránsito de Israel por el desierto, vagando durante cuarenta años sin rumbo y dirección definidos debido a que fueron incrédulos a la promesa que el señor les había hecho de entregarles la tierra prometida de Canaán. A pesar de las grandes señales que Dios le mostro al pueblo de Israel durante el éxodo de Egipto y los años posteriores (las plagas, la apertura del Mar Rojo, El Maná, entre otras) ellos mostraron que en su corazón divagaban y nunca se propusieron como meta alcanzar la  promesa de Dios. Por eso El Señor se molestó mucho con Israel (Salmos 95:10).

En el tercer versículo de Deuteronomio dos, Dios le ordena a Israel detener su marcha cíclica por el desierto y le concede a la nueva generación de israelitas el permiso de conquistar la tierra prometida. La generación anterior había muerto a causa de su incredulidad y su constante rebeldía (Deuteronomio 1: 35-36). Además tenían en su corazón una atadura que lo mantenía ligado a Egipto, a pesar que caminaban con Dios.

Con lo dicho, podemos darnos cuentan de lo triste que fue para Israel que una generación completa le diese la espalda a Dios, a pesar que durante su recorrido Él siempre los respaldó. Como resultado esta generación terminó cavando su propia tumba en el desierto. Este relato demuestra como a veces con nuestras decisiones impedimos que las promesas de Dios se conviertan en una realidad. Ahora es momento de analizarnos un poco como personas y determinar a qué posición pertenecemos ¿Somos de aquella generación que murió en el desierto? O ¿somos del grupo que finalmente alcanzó la promesa de Dios?

Basándonos en el caso de Israel, podemos darnos cuenta como las ataduras pueden ser un obstáculo muy importante para que las promesas de Dios sean un hecho en nuestra vida. En Hechos 7, versículos 38 y 39 se indica que el deseo de volver a Egipto fue el pilar del fracaso de la generación que poco tiempo atrás había abandonado la esclavitud.

Desde los días del éxodo, hasta nuestros tiempos, las ataduras han entorpecido la relación entre Dios y el ser humano. Los efectos negativos de las ataduras pueden llegar a ser múltiples. Mientras como creyentes estemos atados a cosas que se encuentran en el mundo nunca podremos entregarle nuestro corazón a Dios, nuestra fe será enclenque; muy débil, viviremos en una falsa sensación de libertad muy engañosa, nuestro carácter será infantil y no podremos madurar nunca. Con las ataduras nos hacemos más vulnerables a los ataques espirituales y en general a cualquier circunstancia adversa que se presente. Finalmente nos volvemos conformistas, no progresamos y vivimos siempre en el mismo nivel. Terminamos por volvernos personas cíclicas.

Nuestro Señor Dios quiere que como individuos avancemos en nuestra vida espiritual y en nuestro crecimiento como personas. Pero lo más importante, quiere que nuestro corazón este concentrado siempre en Él mientras caminamos de su lado.

Pastor Aurelio de la Ossa

19 de enero de 2014